KOSTAS E. TSIRÓPULOS – CINCO FRAGMENTOS A PARTIR DE UNA LECTURA DE «TORDO»

Traducción y notas de Mario Domínguez Parra

 

Kostas E. Tsirópulos, poeta, narrador, ensayista, traductor e hispanista griego, nació en 1930 en Lárisa. A lo largo de su vida ha desempeñado diversos cargos públicos relacionados con la cultura, aparte del de Secretario del Consejo del Arzobispado de Atenas (hasta 1968). Está muy vinculado a España por sus estudios de Historia del Arte y su relación con el Centro de Estudios Bizantinos, Neogriegos y Chipriotas de la Universidad de Granada, con el que colaboró en sus clases de literatura neogriega en Rodas y que le otorgó en 2004 el título de Doctor Honoris Causa. En 2007 recibió el Premio Nacional de Literatura en Grecia por el conjunto de su obra. Así lo recuerda el Presidente de la Asociación Hispánica de Estudios Neohelénicos, Morfos Morfakidis, en un interesante texto del que entresaco algunos datos. La fusión, natural y casi indisoluble en muchos escritores griegos modernos, entre la Grecia Clásica y el Cristianismo Ortodoxo es crucial en Tsirópulos. Su relación con España se traduce en la presencia en lengua griega de autores españoles e hispanoamericanos, gracias a su labor en la Editorial Efzyni (Responsabilidad). Diversas obras de Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Tirso de Molina, Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, José Ortega y Gasset, Federico García Lorca, José Lezama Lima, Camilo José Cela o Carmen Laforet fueron traducidas directamente por él o bajo su patrocinio.

Obra ensayística: En la línea de fuego, La Última Cena, Civilización del cuerpo, El signo de puntuación, Discurso sobre la perplejidad, El ser humano como escritor.

Escribió los libros de poemas Odeón, Noches, Conocimiento del mar, Encáustica, Verano negro, Los ángeles, Cuaderno de alucinaciones, Semana Santa, Música; Eros, Hypnos, Zánatos; Orquestaciones, Misterio, Pesebre.

Escribió también las novelas El deseo y Escila y Caribdis, además de algunas colecciones de cuentos.

Algunos de sus libros han sido traducidos al español. Es el caso del poemario Los ángeles (por José Ruiz); los libros de ensayos Estudios sobre España (por José Ruiz), Los signos de puntuación (por Vicente Fernández González) y Sobre la ternura (por José Antonio Moreno Jurado); y entre los mencionados libros de cuentos está El reposo de los atletas, cuya traductora, Isabel García Gálvez (profesora de la Universidad de La Laguna, investigadora, ensayista) realizó una gran contribución a la difusión de la literatura neogriega. Esta contribución posibilitó en 2001 la presencia de Tsirópulos en el II Congreso de la Sociedad Hispánica de Estudios Neogriegos, que tuvo lugar en dicha universidad. Prosiguiendo con esta labor, la profesora García Gálvez compiló en el libro Kostas Tsirópulos (Santa Cruz de Tenerife, Intramar Ediciones, Serie Analecta, 2009) una serie de ensayos y textos breves sobre su obra, así como también traducciones de su poesía y prosa, edición en la que participé con una selección de sus libros Misterio (III. «Tinieblas») y Música («Cuarta Sinfonía» y «Sexta Sinfonía»).

Este breve texto se halla al final de uno de los Cuadernos Evzyni, el dedicado a Yorgos Seferis, que llevaba el título «ΠΕΡΙΓΡΑΦΗ ΤΟΥ ΓΙΩΡΓΟΥ ΣΕΦΕΡΗ ΔΕΚΑΠΕΝΤΕ ΧΡΟΝΙΑ ΑΠΟ ΤΟΝ ΘΑΝΑΤΟ ΤΟΥ» (Descripción de Yorgos Seferis a los quince años de su muerte), y que se publicó en 1986. La cronología elaborada por Zanasis Papazanasópulos, al final del cuaderno mencionado, señala el año 1947 como fecha de la publicación del poema «Tordo», de Seferis, en la editorial Íkaros.

 

A

Trata de encontrar y de coordinar tus palabras con las palabras de Seferis. Pero, ya que las palabras no son sólo sonidos sino también significado, ni tan siquiera significado solamente (también son un clima interior del que las pronuncia), debes discernir el «clima» del Poeta cuando escribía las palabras de «Tordo». Es un clima de melancolía – casi el único (si se exceptúa «Razón erótica» y varios claros, aquí y allá, en sus poemas), clima de Seferis. Un clima de desesperación.
Sitúa estas palabras a continuación en la época en que fueron trazadas por el Poeta. Porque las mismas palabras, de una época a otra, toman otro significado. Esto nos lo cuenta el Diccionario Liddell-Scott (1). Las palabras de «Tordo» no tienen –como tienen las palabras de Solomós– ninguna inocencia. Son palabras que brotan cada cierto tiempo desde las vísceras de un mundo putrefacto, como nos lo presenta «La última estación».
El drama de este mundo se consuma en «Tordo». El poeta lo observa y lo expresa con la ataraxia amarga de un estoico. Porque el tono de Seferis es un tono estoico y su dolor se ha enterrado tan profundamente en su interior que, una vez asimilado, lo deja libre para ver el mundo por encima de su ser—que, a pesar de todo, permanece como el cimiento del mundo.

B

Tres son los poemas de «Tordo»: el primero es el poema de las casas; el segundo, el poema de las personas a las que otros sobrepasan, ascienden a la memoria que es la Historia y que otros esconden en la penumbra de una vida personal frágil. El tercero es el poema del mito de la vida, como vida colectiva que «naufraga» en la muerte. Y todo esto, es decir, estos tres largos y grandes poemas a los que se considera un vergel, lo concluye el mar, el destino de los seres humanos, la esencia misteriosa que miramos sin distinguir el naufragio de la vida, ya que todo está sumergido en luz angelical y negra. Es angelical y negro el día de los hombres que viven creados por oscuridad y luz, hasta que «todas las cigarras juntas» de la vida callen.
Con esta concepción, «Tordo» es la obra limítrofe de Seferis, el roce de su frontera interior y el reconocimiento de sus fuerzas poéticas en una visión concluyente. Así, todo lo que escribió después de «Tordo» parece incluso, después de su palabra postrera, un auto-comentario y un añadido.

C

«La casa» es la raíz de la Tribu y la raíz del hombre. Con la casa, a través de la casa, conoce el primer mundo, lo consolida en su interior y se da cuenta del primer grado de la Historia, que es la conciencia de la familia y su camino como generación en el tiempo.
La herida infantil que no parece cerrarse nunca en el pecho de Seferis es la casa perdida, la patria perdida de Asia Menor (2). Esta tristeza abre en su interior la verdad trágica y lo hace darse cuenta de que las casas están condenadas a ser deshabitadas, porque son obras de los hombres a los que la muerte se lleva y que las abandonan. Así, alguien que vive en su casa puede «subir los escalones sin ver / a aquellos que durmieron bajo la escalera», a los antepasados olvidados por completo. No los ve; no obstante, esto no quiere decir que no continúen existiendo. Están dormidos, hasta que los despierte el abrumador toque de trompeta del Segundo Advenimiento de Cristo.

D

«El sensual Élpenor» es el segundo poema de «Tordo». ¿Por qué «sensual»? Porque la vida se enraíza en el placer de la carne de la pareja. ¿Y por qué «Élpenor»? Porque es la humilde sombra homérica que vive sensualmente, que cree en el placer como esperanza y que por su causa se hace pedazos al morir. Un ímpetu vital, inquietante por misterioso, respira en los miembros de este poema para condensar en sus palabras el sabor acerbo de una fatalidad, en la que las vivas visiones femeninas del primer poema se encarnan en la liturgia del placer, en camas encantadas, para concluir y de nuevo petrificarse en sueños –estatuas– y todos los que todavía gritan «no tienen qué decir». La fatalidad extrema, la de la muerte, se manifiesta con la guerra que «recompensa» a las almas, ora representándolas en los museos como estatuas, ora durmiéndolas bajo la escalera. Y entonces, todo el milagro de la vida y de la naturaleza, las semillas vivas, las estrellas, el beso, la belleza desnuda, la pasión, son fragmentos, ruinas…Y, no obstante, parece que las estatuas se sostienen en isostasia con las casas: aquéllas son la raíz, ésta su florecimiento. El hombre nace en una casa pero se inmortaliza moldeando una estatua. No obstante, tampoco las estatuas al final nos salvan del barrido de la muerte: «Las estatuas están en el museo / buenas noches» – «… porque las estatuas ya no son fragmentos, / somos nosotros»…

E

Todo lo que, en el segundo poema, era la posibilidad de la vida personal del hombre que, puesto que nació en la casa, vive la pasión como mundo de esperanza y moldea la estatua, en el tercer poema, «El naufragio del “Tordo”», se conserva como incorruptible mito de la vida de una sociedad de hombres. Vives dentro del mito personal y colectivo, dentro de la casa, en lo abierto en el milagro del mundo como vida, pero al final todo rozará la pausa dura e incorruptible de la muerte, que se conserva dolorosamente, pero con la fatalidad de una palabra poética definitiva, en los últimos versos del tercer poema, donde entonces «se vaciarán tus ojos por la luz del día».
No obstante, esto no significa que te dirijas hacia la oscuridad. Cuanto más te aproximas a la muerte, al silencio súbito («cómo de repente callan todas las cigarras a la vez»), tanto más se amplía y enriquece la luz, como bio-teoría básica, ilusoria y no-lógica (cristiana ortodoxa, diría yo) de Seferis. El mundo se irá dentro de la casa, el mundo se irá alrededor de la casa, todo callará repentinamente, pero la luz permanecerá. La muerte no ennegrece la Creación, sólo la vacía. Esta luz es el mar, el misterio en que los mitos de la vida se balancean: Edipo, Sócrates, Antígona, las «estatuas» que «se doblan ligeramente» pero que no se fragmentan. «Quien nunca amó amará, / en la luz». Y aquí justamente la luz se distingue en un acontecimiento-símbolo funcionalmente religioso que da a luz al Amor. La luz de la Transfiguración como teología, conocimiento de la voluntad divina, apariencia divina del hombre.

Notas

(1) Diccionario Griego Clásico-Inglés, elaborado por Henry George Liddell y Robert Scott, cuya primera edición es de 1843. Incluye, en sus últimas ediciones, léxico proveniente de papiros, inscripciones o lineal B, extendiendo su radio de acción hasta el año 1200 A.C. Editado por Oxford University Press.

(2) La familia del poeta procede de un pueblo cerca de Esmirna (vid. Edmund Keely, «ΣΥΖΗΤΗΖΗ ΜΕ ΤΟΝ ΓΙΩΡΓΟ ΣΕΦΕΡΗ / Conversation with George Seferis», Atenas, Agra, 1986, edición bilingüe inglés-griego, pp. 27, 29), en Turquía, ciudad donde residía una gran población griega que tuvo que huir casi en su totalidad, a causa de las matanzas perpetradas por el ejército turco en 1922 (la llamada «Catástrofe de Asia Menor»), tras la frustrada aplicación de la «Gran Idea», un anhelo que surgió tras la revolución griega que produjo la expulsión de los turcos, a partir de 1821. El resultado de ese anhelo fue la invasión, por parte del ejército griego, de Turquía para recuperar las antiguas colonias griegas en Asia Menor. Ioanna Tsatsu, en su libro Mi hermano Yorgos Seferis (Atenas, «Estía», 1973), cita una carta del poeta (desde París, 2 noviembre, 1922, jueves), en la que expresa su desesperación: «Esmirna, Grecia, las traiciones, las puñaladas, las ignominias y toda la vergüenza y el menosprecio de los países civilizados me despojaron y arrojaron de mi alma su último afeite, y miré mi alma por vez primera…la vi tal y como era, porque medí, medí la fuerza del nervio más insignificante, como si tuviera diabetes en las manos, y dije que no merecía nada, y me precipité en el otoño sin encontrar respuesta alguna, y sentí, a dos dedos de mí, la inexistencia» (p. 182).

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